martes, 22 de enero de 2013

Poesia.com


Recuerda en su comentario Antonio del Camino los ratos memorables que pasamos en su día varios de nosotros en el foro Poesia.com. Resulta un tanto melancólico comprobar en Google que no queda ningún sector visitable de lo que fue hacia el año 2000 un sitio web fertilísimo, ni siquiera referencias que recuerden que lo hubo. Nosotros habitábamos fundamentalmente los foros de sonetos y décimas (formas cuya relativa dificultad y carácter anticuado ejercían una curiosa selección de personal), pero había muchos más, concurridísimos en su mayoría. 

Ateniéndonos a nuestro mester favorito, si alguien llevara la estadística de la composición de sonetos en español, no me extrañaría que en los meses en que aquello alcanzó su mejor momento se apreciara a simple vista en los diagramas más de un pico, a cuenta del pique que nos traímos todos a ver quién daba con la rima más natural y menos obvia o se adentraba más audazmente en las lindes del género experimentando con los metros, los acentos, los enfoques, las mañas. 

Toda reunión de este tipo acaba generando un espíritu tutelar, lo que los romanos llamaban el genius loci, de modo que sin perder cada uno su manera de obrar, acaba detectándose en todos (en unos más que en otros) un cierto aire de familia, que atestigua el aprecio mutuo y la riña amorosa entre unas propuestas y otras. A pesar de la distancia, lo percibo con claridad en estos sonetos isabelinos que me ha visitado estos días, entre dadaístas y sentimentales, que no serían seguramente como son si uno no hubiera leído a Antonio, Norje y demás cofrades. Para todos ellos (y para todos los lectores del blog), un gran abrazo.

I

Un soneto me manda que me achante,
que detenga en ayunas mis palabras
y las eche en la cárcel que tú abras
al efecto en el filo de un instante.

Con la pericia propia de un amante
de lo ajeno, resuelvo abracadabras
y avanzo sin temor por las macabras
argucias de tu amor desinfectante.

Por mucho que me quieras, sé que no
puedo ser quien buscabas esta tarde,
quien borre la desilusión que arde
cuando esperas la vida y llego yo.

Amargo repostar; crujir de vuelta
de mi vuelo fugaz en ala delta.

II

Amar lo que se acerca, lo que pasa
en un pispás las lindes del soneto:
la gracia de dormir fuera de casa
o la música insomne de un secreto.

Soplar, como ceniza de una brasa,
la niebla que protege con su reto
el alba que, noctámbula y escasa,
arriesga su candor hasta este ghetto.

Quererte sin pensar qué significa
dentro del gran esquema de las cosas
asirme de tus manos temblorosas,
regalarte un ciempiés o una canica.

Tenerte y no saber por qué te tuve.
Pasar de contrabando tu ITV.

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