domingo, 6 de enero de 2013

Valorio 42 veces: Soliloquio para final



Celebro que, gracias al Padre Navidad, vuelvo a tener escáner (lo que se echan de menos estos artilugios) volcando este poema del maestro Agustín, que cierra de manera inolvidable su Valorio 42 veces y que más de una vez había buscado en vano por la Red. Recuérdese que ese estraño y otras grafías semejantes obedecen al propósito del autor de escribir como se habla

 
SOLILOQUIO PARA FINAL

¡Qué estraño que parece el mundo sin ti!
Quieren seguir las cosas siendo
las mismas que eran antes alrededor,
y sin embargo,

cada una tiene ahora un cuño de ley
de experto que declara «Falsa.
No soy lo que parezco: mírame bien».
Pues, por ejemplo,

ese azulejo, donde el rayo de sol,
ya me está haciendo como un guiño
de desengaño. Y ese huevo de ahí
de vidrio blavo

tiene una pinta negra en el corazón
que está diciendo "No está ella".
Y aquella nube como rosa de allí
—¿lo ves?— de pronto

se queda como helada en el aire azul
en grito mudo de tu falta.
Y aquí en el fondo del tintero se ve
como una veta

de raro iris, que me escribe «Se fue,
y ya florida está la nada».
Y hasta ese espejo, si me voy a asomar,
se cubre todo

de telaraña, y esos ojos ya son
dos bolas ciegas de resina,
puesto que saben que jamás te verán.
O si a la mesa

la hogaza parto y pruebo un muerdo de pan,
sabor de sésamo y ajeno
me dice «No», que no es aquello que tú
comiste un tiempo

conmigo. Y de los lilos por el jardín
sube un olor desconocido,
que es el aroma de la sombra de ti.
Que es que en las cosas

tú en cada cual estabas, y sin saber
llevaban todas una marca
de ti, que a cada una la hacía ser
lo que ella era,

porque es que en esta esfera con ellas tú
vivías, y tu boca el nombre
a cada cosa le sabía nombrar.
Y ahora ellas,

como oyen que tu boca helada, que tú
ya no eres cosa de este mundo,
no saben ser lo que eran: dicen que no,
que no son ellas.

No puede ser. Y nadie venga a decir
«No puede ser, y sin embargo,
ya ves, lo es». Pues lo que no puede ser
no puede ser

y se acabó y sin más. A ver, ¿cómo hacéis
si, calculando algún problema,
topáis con una solución al final
que es imposible?:

pues lo primero, sospecháis que la habéis
errado, y repasáis las cuentas;
y si la solución os vuelve a salir
de nuevo absurda,

pensáis que es el problema el que estaba mal
planteado, o más, que el aparato
de axiomas y principios de que partís
todo él es falso.

Pues bien, ahora igual: si el cálculo al fin
nos da este resulado absurdo,
que tú no estás, lo cual no hay Dios ni razón
que lo conciba,

pues adelante: descubramos sin más
que era la vida la que estaba
mal planteada. ¿Quién nos hizo creer
que tú eras tú,

que yo era yo, que cada cosa era así
y que pasaba y sin embargo
seguía siendo... ¡Ah negra flor del error!
Mentira todo:

mentira las violetas que te cogí
y tus zapatos de trencilla,
fe vana y negra tus cabellos y tu
dorado nombre,

tus casas y tus hijos huera ilusión,
mentira toda aquella historia
de nuestro amor, y falsos todos sin ti
los versos que te hacía.

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